sábado, 22 de febrero de 2014

María Laura (César Martínez Callejo)


Cuando éramos pequeños
la rana de tu pupitre era
una declaración de amor


Y qué dulzura de torbellino vestiditas de mar,
abotonadas hasta el cuello lunas en sus uniformes de pudor y secretos,
van saliendo en cuartetos, al son sus caderas del teclado de sus risas;
novicias bajo las alas del crucifijo, atando tacones punzantes
que no murieron con sus madres.
Escaleras del convento, horas de espera y dibujos en la arena…
¿Y María Laura?
Qué tonto, se quedó castigada por lo del domingo.
Dónde, María Laura, debo notificar tu necesaria puesta en libertad,
tus necesarios labios de rezar y contarme rejas,
el riguroso estudio de místicos avisperos
edificados en tus manos…. En qué maldito puente
debo desencontrarme contigo otra vez,
trabar conocimiento con los insectos que atraviesan
las líneas de tu nombre dibujado sin pedir permiso.
A quién debo dar cuenta de tu ausencia de los pasillos oscuros
en que hábito habito, a quién
para que te salven de Dios.
María Laura, dime por qué no vienes
cargada de perfumes y cuentos en color;
por qué río cuando la noche me hace empujones hacia la sopa áspera
de aquel bendito colegio con caleidoscopios trucados.
Nos dirás que las hembras hacéis sangre y hechizos de serpiente,
que perdéis nuestras almas de paloma,
que sabéis sortilegios arcanos
y el misterio prohibido de la Santísima Trinidad…
Y yo pensaré en la multitud de ángeles malos
que se deslizan por las cometas de tu cabello,
en los hongos perfumados que germinarán en tu barra de labios
cada noche bajo mi almohada;
en tus ojos de salmo y fiestas perdidas, como tú, María Laura. Y
las celdas de la colmena se apagan al tiempo que rezo, María Laura,
santificado sea tu nombre, dónde diablos
estabas esta tarde, María Laura,
entre todas las mujeres, bendita tú, dónde,
maldita niña cautiva
hoy que me muero.




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